Las
condiciones del camino de China a Lhasa, la capital prohibida del Tíbet, eran
aun peores que de costumbre en el invierno de 1923 a 1924. Sin embargo,
pequeños grupos de viajeros, peregrinos en su mayor parte, que querían ganar
meritos espirituales visitando la ciudad Santa y viendo a su gobernante
semidivino, el Dalai lama, seguían adelante a pesar de los fuertes vientos y
las espesas nevadas. Entre ellos había una mujer mayor que parecía una
campesina mayor de alguna provincia lejana.
La mujer iba
mal vestida y mal equipada. Su falda y su chaleco de lana, su chaqueta
acolchada y su gorro de piel de oveja con orejeras eran viejos y estaban llenos
de agujeros. De su hombro colgaba un viejo y mugriento bolso de cuero que
contenía sus provisiones para el viaje: cebada cocida, un trozo de tocino seco,
un ladrillo de te comprimido, un tubo de mantequilla rancia y un poco de sal y
sosa.
Con sus cabellos negros y engrasados y su
rostro moreno parecía una campesina más. Pero, en realidad, sus cabellos eran
blancos y estaban teñidos con tinta china; su piel estaba coloreada con aceite
mezclado con cacao y carbón molido. La campesina tibetana era en realidad
Alexandra David-Neel, una francesa que, treinta años antes, había sido una
soprano famosa, a quien Jules Massenet había felicitado con entusiasmo por su
interpretación del papel protagonista en su opera Manon. En años posteriores la
señora David-Neel había viajado a lugares extraños y había vivido experiencias
todavía más extrañas. Entre estas figuraban haber conocido un mago que sabía
hacer conjuros capaces de hacer que las tortas de arroz volaran solas y se
estrellaran contra sus enemigos, y el haber aprendido las técnicas del tumo, un arte ocultista que permite a
sus adeptos sentarse desnudos en las nieves del Himalaya. Y, lo que es aun más
extraordinario, había construido por medio de ejercicios metales y psíquicos un
tulpa, una forma fantasmal nacida de
la imaginación a la que, sin embargo, la fuerza de la visualización y de la
voluntad del adepto hacen realmente visible para otras personas. Un tulpa es- por decirlo de otro modo- un
ejemplo muy poderoso de lo que los ocultistas denominan una forma mental.
Para entender la naturaleza del tulpa, uno
tiene que considerar que, en lo que se refiere a los budistas tibetanos (y a la
mayor parte de los ocultistas occidentales), el pensamiento es mucho más que una
función intelectual. Ellos creen que cada pensamiento afecta a la “Materia
mental” que impregna el mundo material del mismo modo que una piedra, al ser
arrojada a un lago, produce ondas en la superficie. Un pensamiento, en otras
palabras, produce “ondas mentales”.
Generalmente,
estas ondas mentales tienen una vida corta. Se deterioran casi inmediatamente
después de ser creadas, y no dejan una impronta profunda en la materia mental
que penetra en el plano físico. Pero si el pensamiento es particularmente
intenso, producto de una pasión o un temor profundos, o si tiene una duración
larga y ha sido objeto de una prolongada meditación, la onda de pensamiento
transforma la materia mental en una forma más permanente, que tiene una vida
más larga e intensa.
Los budistas
tibetanos no creen que los tulpas y otras formas mentales sean
“reales”, pero tampoco lo es, para ellos, el mundo material que aparentemente
nos rodea. Ambas cosas son ilusorias. Tal como lo expresa un clásico budista
del siglo I de nuestra era:
Todos los
fenómenos están originalmente en la mente y, en realidad no tienen una forma
externa; por lo tanto, si no existe la forma, es un error pensar que algo está
allí. Todos los fenómenos nacen simplemente de errores de la mente. Si la mente
es independiente de esas falsas ideas, entonces todos los fenómenos
desaparecen.
Si es cierto
lo que creen acerca de las formas mentales los budistas tibetanos, los místicos
y los magos, entonces muchos acontecimientos fantasmales, encantamientos y
casos de lugares dotados de una fuerte “atmosfera psíquica” se explican con
facilidad. Parece plausible, por ejemplo, que las formas mentales creadas por
los violentos y apasionados procesos mentales de un asesino, a lo que se añade
las emociones y el pánico de la víctima, puedan permanecer en el lugar de un
crimen durante meses, años o siglos.
Esto podría
producir una depresión o ansiedad intensa en quienes visitan el lugar
“embrujado” y, si las formas mentales fueran suficientemente vividas y
poderosas, algunas “apariciones”- por ejemplo, la representación del crimen-
podrían ser vistas por personas dotadas de sensibilidad psíquica.
Los que
estudian el ocultismo afirman que, a veces, los “espíritus” que vagan por un
determinado lugar son tulpas, formas mentales que fueron creadas
deliberadamente por un hechicero para sus propios fines.
La existencia
de formas mentales muy poderosas que repiten el pasado explicaría los
informes-numerosos en todo el mundo- sobre visitantes de antiguos campos de
batalla que son “testigos” de contiendas ocurridas mucho tiempo antes. Los
emplazamientos de batalla de de Naseby, que tuvo lugar durante la guerra civil
inglesa y del raid de comandos de 1942 en dieppe figuran entre los campos de
batalla que disfrutan de su reputación fantasmal.
Un tulpa no es
más que una forma mental muy poderosa, que no se diferencia en su naturaleza
esencial de muchas otras pariciones espectrales. Pero es distinto de una forma
mental corriente porque existe, no como resultado accidental de un proceso
mental, sino como consecuencia de un acto de la voluntad.
La palabra
tulpa es tibetana, pero existen adeptos en todas partes del mundo que se
consideran capaces de fabricar a estos seres reuniendo y coagulando primero
parte de la materia mental del Universo, y transfiriéndole después una parte de
su propia vitalidad.
En Bengala,
hogar de buena parte del ocultismo hindú, esta técnica se denomina kriya shaki
(“poder creador”), y es practicada por los adeptos del tantrismo, sistema
mágico- religioso preocupado por los aspectos espirituales de la sexualidad y
que cuenta entre sus adeptos tanto a brahmánicos como a budistas. Los iniciados
de cultos tantricos “de izquierdas”, en los que hombres y mujeres mantienen
relaciones sexuales rituales con propósitos místicos y mágicos, son
considerados particularmente habilidosos en materia de kriya shakti. Al
parecer, la intensa excitación física y cerebral del orgasmo favorece la
creación de formas mentales excepcionalmente vigorosas.
Numerosas
técnicas místicas tibetanas se originaron en Bengala, especialmente en el
tantrismo bengalí, y existe un gran parecido entre los ejercicios físicos,
mentales y espirituales que utilizan los yogis tantricos en Bengala y las
disciplinas internas secretas de los budistas tibetanos. Por lo tanto, es
posible que, en su origen, tanto las teorías tibetanas acerca de los tulpas
como sus métodos de creación de estos extraños seres deriven de los
practicantes bengalíes del kriya Shakti.
Los
estudiantes de magia tulpa comienzan su adiestramiento para la creación de
estos seres mentales adoptando a uno de los muchos dioses y diosas del panteón
tibetano como “deidad tutelar”, una especie de santo patrón.
Debemos
subrayar que, aunque los iniciados tibetanos consideran con respecto a los
dioses, no sienten gran admiración por ellos. Esto es así porque, según las
creencias budistas, aunque los dioses disponen de grandes poderes y son, en
algún sentido, “sobrenaturales”, también son esclavos de la ilusión y se hallan
atrapados en la rueda del renacimiento y la muerte, al igual que lo está el más
humilde campesino.
El estudiante
se retira a una hermita u otro lugar apartado, y medita sobre su deidad
tutelar-yidam-durante muchas horas.
Combina la contemplación de los atributos espirituales asociados tradicionalmente
con el yidam con ejercicios de
visualización cuya finalidad es construir con el ojo de la mente una imagen del yidam tal como es representada en
pinturas y estatuas.
Para mantener
su concentración en el yidam, y para
asegurarse de que en cada momento que pasa despierto vive una devoción
concentrada en ese ser, el estudiante canta continuamente frases místicas
tradicionales asociadas con la deidad a la que sirve.
También
construye los kyilkhors- Literalmente
círculos, pero, en realidad, diagramas simbólicos que pueden tener cualquier
forma- que son sagrados para su dios. A veces lo dibuja con tintas de colores
en papel o madera, a veces lo graba en cobre o plata, a veces lo perfila en el
suelo con polvos de colores.
Al preparar
los kyilkhors hay que obrar con sumo
cuidado, ya que la mas mínima desviación en la forma tradicional asociada con
un yidam particular puede resultar en
extremo peligrosa; el estudiante imprudente corre el riesgo de la obsesión, la
locura, la muerte… o una permanencia de miles de años en uno de los infiernos
de la cosmología tibetana.
Es interesante
comparar esta creencia con la idea, muy poderosa en muchos ocultistas
occidentales, de que si un mago que “esta invocando la aparición de un
espíritu” dibuja incorrectamente su círculo protector, quedara “destrozado”.
Finalmente si
el estudiante ha perseverado en los ejercicios prescritos, “ve” a su yidam, la
repetición de encantamientos y la contemplación de diagramas místicos continua
hasta que el tulpa se materializa realmente adoptando la forma del yidam. El
devoto siente el roce de los pies del tulpa cuando apoya su cabeza sobre ellos,
puede ver los ojos de la criatura siguiéndolo mientras se mueve, e incluso
mantener conversaciones con él.
Por fin, el
tulpa estará preparado para independizarse de los kyilkhors y acompañar al devoto en sus viajes. Si el tulpa está
completamente vitalizado, ahora será visible con frecuencia para otras
personas, además de su creador.
Alexandra
David-Neel cuenta como “vio” un fantasma de esta clase que, curiosamente,
todavía no era visible para su creador. En aquel momento, la señora Neel sentía
un gran interés por el arte budista. Una tarde fue visitada por un pintor
tibetano que se especializaba en retratar a “deidades iracundas”; mientras se
le acercaba, la señora quedo atónita al observar detrás de él la forma nebulosa
de uno de estos temidos y desagradables seres. Se acerco al fantasma, extendió
un brazo en su dirección, y sintió como “si estuviera tocando un objeto blando
cuya substancia cedía a la menor presión”.
El pintor le
dijo que durante varias semanas se había dedicado a realizar ritos mágicos- una
invocación al dios cuya forma había visto ella- y que había pasado toda la
mañana pintando su retrato. Intrigada por esta experiencia, la señora Neel
intento hacer un tulpa. Para evitar las influencias de las muchas pinturas e
imágenes tibetanas que había contemplado en sus viajes, decidió “fabricar” no
un dios o una diosa, sino un monje gordo y alegre a quien podía visualizar sin
problemas. Comenzó a concentrarse.
Se retiro a
una ermita, y durante unos meses dedico cada uno de los minutos de vigilia a
hacer ejercicios de concentración y visualización. Comenzó a vislumbrar al
monje con el rabillo del ojo. Se volvió más sólido y vivo en apariencia y
finalmente, cuando dejo la ermita y comenzó un viaje en carromato, el monje
formo parte del grupo, se volvió claramente visible y realizo acciones que ella
no le ordeno ni esperaba conscientemente que pudiera hacer. Por ejemplo, andaba
y después se detenía a mirar su alrededor, como cualquier viajero; a veces la
señora Neel sentía el roce de su manto, y en una ocasión le pareció que una
mano tocaba levemente su hombro.
El tulpa de la
señora Neel empezó después a desarrollarse en una forma indeseable. Adelgazo,
su expresión se volvió maligna, se hizo molesto, se hizo molesto y descarado.
Un día un pastor que trajo a la señora Neel un poco de mantequilla de regalo
vio al tulpa en su tienda… y lo tomo por un monje de verdad. Estaba fuera de
control. Su creación se transformo en lo que ella llamo “una pesadilla”, y
decidió deshacerse de él. Para ello necesito seis meses de esfuerzos
concentrados y de meditación. He aquí un ejemplo fascinante del poder de la
mente humana para crear su propia realidad.
Hola me interesan estos artículos y libros
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